viernes, 30 de julio de 2010

Graffiti por amor

SOS Barnbyar film - All you need is love - long version

jueves, 29 de julio de 2010

LA ULTIMA CIMA SIGUE COSECHANDO EXITOS

“La última cima”, un filme sobre la vida del sacerdote Pablo Domínguez, en el fin de semana de su estreno, y con tan sólo cuatro copias, se consagra como la película número uno en espectadores por cine en España. Por petición popular, la película pasará a proyectarse en cincuenta salas.

Cerca de seis mil personas ya han visto esta película de Juan Manuel Cotelo a pesar de estar en tan sólo en cuatro cines de toda España y de competir directamente con las grandes. De hecho, ha doblado el número de espectadores por cine de la segunda en el ranking, “Sexo en Nueva York 2”, y llegado a triplicar la taquilla en el caso de “El Príncipe de Persia” o “Robin Hood”.

La respuesta del público está siendo masiva, hasta el punto de que “La última cima” pasará, por petición popular y en una sola semana, de proyectarse en cuatro cines a más de 50 salas de todo el país. Pese a haberse estrenado en mitad del puente del Corpus, se ha situado como la primera película en recaudación por copia en cine. Algo sorprendente si tenemos en cuenta que es un filme cuyo protagonista es un sacerdote.

Son decenas las salas que han decidido quitar de sus carteleras las exitosas películas en 3D para hacer un hueco a “La última cima”, la única película que, insólitamente, habla bien de los sacerdotes.

El día 11 de junio, “La última cima”, se estrena en más de 50 ciudades españolas gracias al apoyo masivo que está recibiendo desde hace semanas a través de la red.

“La Última Cima”, es un emocionante documental sobre el sacerdote madrileño Pablo Domínguez, fallecido en 2009 en un accidente de montaña en el Moncayo.

Pablo Domínguez, filósofo y teólogo de la Facultad de Teología de San Dámaso, en Madrid, murió con 42 años en un accidente cuando descendía del Moncayo. Era la última cima española de más de dos mil metros que le faltaba por coronar, pero su vida no fue la de un montañero al uso. Dejó atrás a muchísima gente que le apreciaba y admiraba. En su funeral participaron más de tres mil personas y una veintena de obispos. Sus misas y conferencias se llenaban de gente que deseaba oír sus palabras, incluso sus fieles le pedían que predicara allá donde viajaba.

El filme es el retrato de un hombre alegre, humilde y generoso que, según dicen los que le conocieron, sabía que iba a morir joven.

En la cinta de Cotelo ofrecen su testimonio el cardenal Cañizares, que se fijó en él para ser profesor en San Dámaso, el obispo Demetrio Fernández de Córdoba, amigo suyo y el primero en conocer su desaparición y muerte, y el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, entonces obispo de Jaca y Huesca, que varias veces visitó el sacerdote escalador.

Pero más allá de la personalidad de Pablo Domínguez, la película es un canto a la vida del sacerdote “normal”: que ni es delincuente, ni tampoco heroico, ni exorcista ni misionero en lugares extremos, sino que, simplemente, está disponible, atiende a la gente, la escucha, la confiesa, predica la verdad sin miedo, con humor e ingenio. Con imágenes de la montaña, el filme reflexiona sobre la grandeza de lo sagrado, del sacerdocio, el sacrificio y la muerte.

Con testimonios de personas sinceras que hablan de Pablo, el espectador se encariña con un cura cercano que al final ha de morir. Empieza con humor y provocación, y va haciéndose más elevada en su estilo y contenido a medida que la muerte se acerca.

Su director Juan Manuel Cotelo relata que salió a la calle con su cámara y descubrió que ocho de cada diez personas entrevistadas tenían una buena opinión de los sacerdotes.

El éxito en las salas de esta película ha sido precedido por un insólito éxito en internet. En las tres semanas previas al estreno, se produjeron más de 200.000 descargas de los trailers de la web. En el apartado “Yo conocí a Pablo”, hay cientos de comentarios de gente que lo trató, lo recuerda y se ha emocionado al compartir sus experiencias con este sacerdote. ■

LA VOCACION: UN CAMINO

CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO

«El camino más seguro hacia el Infierno es el gradual: la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros bruscos, sin mojones, sin señalizaciones».

Este extracto y el siguiente pertenecen a ``Cartas del diablo a su sobrino´´. El libro tiene la forma de treinta y una cartas supuestamente escritas por el anciano diablo Escrutopo a su sobrino Orugario. En ellas, el viejo diablo aconseja a su sobrino sobre la (des)orientación que éste debe de darle a su “paciente” (un joven desconocido) para alejarle de Dios (“el Enemigo”), de la religión y del bien. De este original e ingenioso modo, Lewis hace una demostración de conocimiento del corazón del humano, de sus miserias y de sus grandezas, y sobre todo, de cómo el hombre se juega la vida en el ejercicio de ese don otorgado por “el Enemigo”: la libertad.

Mi querido Orugario:
Evidentemente, estás haciendo espléndidos progresos. Mi único temor es que, al intentar meter prisa al paciente, le despiertes y se dé cuenta de su verdadera situación. Porque tú y yo, que vemos esa situación tal como es realmente, no debemos olvidar nunca cuan diferente debe parecerle a él. Nosotros sabemos que hemos introducido en su trayectoria un cambio de dirección que le está alejando ya de su órbita alrededor del Enemigo; pero hay que hacer que él se imagine que todas las decisiones que han producido este cambio de trayectoria son triviales y revocables. No se le debe permitir sospechar que ahora está, por lentamente que sea, alejándose del sol en una dirección que le conducirá al frío y a las tinieblas del vacío absoluto.

Por este motivo, casi celebro saber que todavía va a misa y comulga. Sé que esto tiene peligros; pero cualquier cosa es buena, con tal de que no llegue a darse cuenta de hasta qué punto ha roto con los primeros meses de su vida cristiana: mientras conserve externamente los hábitos de un cristiano, se le podrá hacer pensar que ha adoptado algunos amigos y diversiones nuevos, pero que su estado espiritual es muy semejante al de seis semanas antes, y, mientras piense eso, no tendremos que luchar con el arrepentimiento explícito por un pecado definido y plenamente reconocido, sino sólo con una vaga, aunque incómoda, sensación de que no se ha portado muy bien últimamente. Esta difusa incomodidad necesita un manejo cuidadoso. Si se hace demasiado fuerte, puede despertarle, y echar a perder todo el juego. Por otra parte, si la suprimes completamente –lo que, de pasada, el Enemigo probablemente no permitirá–, perdemos un elemento de la situación que puede conseguirse que nos sea favorable. Si se permite que tal sensación subsista, pero no que se haga irresistible y florezca en un verdadero arrepentimiento, tiene una invaluable tendencia: aumenta la resistencia del paciente a pensar en el Enemigo. Todos los humanos, en casi cualquier momento, sienten en cierta medida esta reticencia; pero cuando pensar en Él supone encararse –intensificándola– con una vaga nube de culpabilidad sólo a medias consciente, tal resistencia se multiplica por diez. Odian cualquier cosa que les recuerde al Enemigo, al igual que los hombres en dificultades económicas detestan la simple visión de un talonario. En tal estado, tu paciente no sólo omitirá sus deberes religiosos, sino que le desagradarán cada vez más. Pensará en ellos de antemano lo menos que crea decentemente posible, y se olvidará de ellos, una vez cumplidos, tan pronto como pueda. Hace unas semanas necesitabas tentarle al irrealismo y a la falta de atención cuando rezaba, pero ahora te encontrarás con que te recibe con los brazos abiertos y casi te implora que le desvíes de su propósito y que adormezcas su corazón. Querrá que sus oraciones sean irreales, pues nada le producirá tanto terror como el contacto efectivo con el Enemigo. Su intención será la de “dejar la fiesta en paz”. Al irse estableciendo más completamente esta situación, te irás librando, paulatinamente, del fatigoso trabajo de ofrecer placeres como tentaciones. Al irle separando cada vez más de toda auténtica felicidad esa incomodidad, y su resistencia a enfrentarse con ella, y como la costumbre va haciendo al mismo tiempo menos agradables y menos fácilmente renunciables (pues eso es lo que el hábito hace; por suerte, con los placeres) los placeres de la vanidad, de la excitación y de la ligereza, descubrirás que cualquier cosa, o incluso ninguna, es suficiente para atraer su atención errante. Ya no necesitas un buen libro, libro que le guste de verdad, para mantenerle alejado de sus oraciones, de su trabajo o de su reposo; te bastará con una columna de anuncios por palabras en el periódico de ayer. Le puedes hacer perder el tiempo no ya en una conversación amena, con gente de su agrado, sino incluso hablando con personas que no le interesan lo más mínimo de cuestiones que le aburren. Puedes lograr que no haga absolutamente nada durante períodos prolongados. Puedes hacerle trasnochar, no yéndose de juerga, sino contemplando un fuego apagado en un cuarto frío. Todas esas actividades sanas y extravertidas que queremos evitarle pueden impedírsele sin darle nada a cambio, de tal forma que pueda acabar diciendo, como dijo al llegar aquí abajo uno de mis pacientes: “Ahora veo que he dejado pasar la mayor parte de mi vida sin hacer ni lo que debía ni lo que me apetecía“. Los cristianos describen al Enemigo como aquél “sin quien nada es fuerte“. Y la Nada es muy fuerte: lo suficiente como para privar a un hombre de sus mejores años, y no cometiendo dulces pecados, sino en una mortecina vacilación de la mente sobre no sabe qué ni por qué, en la satisfacción de curiosidades tan débiles que el hombre es sólo medio-consciente de ellas, en tamborilear con los dedos y pegar taconazos, en silbar melodías que no le gustan, o en el largo y oscuro laberinto de unos ensueños que ni siquiera tienen lujuria o ambición para darles sabor, pero que, una vez iniciados por una asociación de ideas puramente casual, no pueden evitarse, pues la criatura está demasiado débil y aturdida como para librarse de ellos.

Dirás que son pecadillos y, sin duda, como todos los tentadores jóvenes, estás deseando poder dar cuenta de maldades espectaculares. Pero, recuérdalo bien, lo único que de verdad importa es en qué medida apartas al hombre del Enemigo. No importa lo leves que puedan ser sus faltas, con tal de que su efecto acumulativo sea empujar al hombre lejos de la Luz y hacia el interior de la Nada. El asesinato no es mejor que la baraja, si la baraja es suficiente para lograr este fin. De hecho, el camino más seguro hacia el Infierno es el gradual: la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros bruscos, sin mojones, sin señalizaciones.


Tu cariñoso tío,

ESCRUTOPO